Hola a todo el mundo. Me llamo Olga (bueno, no es mi nombre real). Escribo esto animada por una promoción que he visto en iGin, ya que soy paciente de la clínica y quería compartir mi experiencia. Se lo comenté a ellos y les pareció bien publicarlo, así que… bueno, espero que sirva a alguien.

Tenía 32 años cuando empecé a plantearme la posibilidad de ser madre. Lo cierto es que siempre he tenido claro que quiero tener hijos. Y por lo que veo en mi entorno y las referencias habituales, es una edad de lo más normal para hacerlo. Pero en aquel momento también sabía que, biológicamente, no estaba tan lejos del declive de mi salud reproductiva.

Es así. Aunque social y culturalmente nos encontremos en la plenitud de la vida, a los treintaytantos nuestros óvulos son cada vez menos y de peor calidad.

No penséis que esto lo sabía por ciencia infusa. Me informé. Navegué por internet, leí mil artículos. Lo comenté con mi ginecólogo. Y la realidad es la que es: cada año que pasa somos menos fértiles. Esa información llegó a agobiarme un poco, la verdad. Además, vengo de una familia en la que abundan los casos de menopausia precoz.

Así que allí estaba yo: con el convencimiento que siempre he tenido de ser madre en algún momento. Con el conocimiento de que cada año iba a ser un poco más difícil. Y con la certeza de que mi vida tal y como estaba montada… me encantaba. No quería cambiarla. Tengo un trabajo estupendo que me hace feliz (y me ocupa mucho tiempo). Un círculo de amigos con los que me veo a menudo y hago planes que no podría hacer con un niño (sí, esto fue antes del coronavirus). Una pareja con la que me voy de viaje cada año a lugares exóticos (espero poder volver a hacerlo pronto tras la pandemia).

Así que, a pesar de saber que quería ser madre, no era el momento. Y me angustiaba pensar que cuando llegase, tal vez mi cuerpo ya no estuviera preparado.

De nuevo, acudí a mi ginecólogo para comentar este tema. Y me convenció de que existe una solución: la vitrificación de los óvulos. Es una técnica segura y con garantías que permite mantener los óvulos saludables, jóvenes y funcionales tal y como están ahora para poder usarlos en un futuro.

Por recomendaciones de varias personas y tras estudiarlo mucho, fui a iGin (os lo imaginabais, ¿no?). Y salí encantada. Tanto que realicé con ellos el tratamiento de preservación de la fertilidad.

El proceso en sí es bastante sencillo: te medicas unos días para producir mayor cantidad de óvulos y cuando llega el momento te los extraen para congelarlos. Creo que no duró más de 21 días en mi caso.

Y nada, allí tienen mis óvulos vitrificados. Mi chico y yo lo llamamos nuestra “póliza de seguro”. Los dos sabemos que llegará el momento en que queramos recuperarlos para formar una familia. Pero no es ahora. Porque ahora toca seguir con nuestra vida de pareja algo despreocupados, recuperar las aficiones que teníamos antes de la pandemia. Disfrutar de ellas. De nuestro trabajo. Y cuando lo decidamos, llamaremos a iGin para decirles que sí, que queremos ser padres.

Veo que han lanzado un pack de preservación a un precio que ojalá hubiera aprovechado yo, la verdad (me da un poco de envidia “económica”). Y simplemente quería compartir esto para animar a todas aquellas chicas que estéis en una situación parecida a la mía. Porque me parece una oportunidad estupenda a un precio sin competencia. Y me da pena pensar que igual hay mujeres que, cuando quieran ser madres, tengan complicaciones por no haberse planteado esto.


(Nota de iGin: este artículo ha sido escrito voluntariamente por una paciente anónima que nos llamó para comentar nuestro pack #iGinPreserva por ser antigua usuaria de nuestros servicios de preservación de la fertilidad. Gracias Olga).